domingo, 4 de noviembre de 2007

El encendido del portátil

Desde que me llegó el ordenador no pude pensar en otra cosa que en encenderlo, pero tuve que esperar toda la mañana para encontrar un momento libre entre mis obligaciones. Por fin le dí al botón. Empezaron a pasar pantallas, una de Kubuntu, que me decía la distribución de Linux que tenía. Por fin se paraó en una pantalla que me pedía el nombre de usuario; y tras escribirlo otra similar que me pedía la clave. Esto, ya lo sabía, es impepinable en Linux. Puse los datos que me habían indicado en una oportuna carta y apareció el escritorio de mi flamante portátil con Linux.

A parte de los colores, y de una barra arriba y otra abajo, todo era tan parecido al escritorio al que estaba acostumbrado que asustaba. En seguida me puse a cacharrear por la barra de arriba, que es donde vienen las aplicaciones. Seguí las instrucciones para acceder a mis datos de usuario y cambié la clave de acceso. Por fin me fijé en un icono con un par de monitores. Toqué aquí, toqué allí, y ya estaba conectado a Internet con mi conexión Wifi. ¿Cómo podía ser tan fácil? Incluso apretando el botón derecho sobre el escritorio aparece un menú contextual para cambiar la apariencia y esas cosas. Lo más misterioso era un icono que ponía «respaldo». Pregunté y resultó ser la partición donde yo debía guardar mis archivos.

Los programas que me venía instalados por defecto eran justo los que más uso, y lo necesario para comenzar sin miedo. Luego, hay un montón de aplicaciones y opciones del sistema que no sé para qué sirven, pero todo es cuestión de abrirlas y ver qué pasa. Había visto lo suficiente para la primer vez.

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